Y Ella vuelve al maldito punto de partida. Otra vez. Qué mala suerte tiene. Pero ahora no es tiempo de lamentarse, ya tiene bastante con recoger los pedazos que aún quedan en el suelo y recomponerse mientras piensa que por ahí arriba le tiene que caer muy mal a todos los dioses.
“¿Pero por qué yo no puedo?”-piensa-“¿Por qué yo no merezco esa casualidad, ese golpe de suerte?”. Bah, tonterías. A lo mejor es que aún tiene que esperar un poquito más. Pero tiene miedo. Miedo a que los recuerdos las vuelvan a atacar de noche a las 2:40. Miedo a volverse a quedar sin respiración y a que sus pupilas no dejen nunca de tener ese color gris que sabe a derrota inevitable.
“Vale, plaf, plaf, recuerdos fuera”. No vale lamentarse por lo que pasó, porque nunca volverá. Ahora toca vivir, y si todo el mundo dice que lo mejor le está por llegar….será verdad. Tiene que serlo. Y de repente….ese pensamiento. Sus ojos reflejados en otros ojos. Su espalda acariciada por otras manos. Su mano enredada en otra. Otro sabor, otro olor. Y entonces Ella se hace de nuevo débil, pequeña, y su castillo de papel vuelve a derrumbarse sin la menor piedad y sin escuchar sus gritos de socorro.
Y es que a Ella le volvió a estallar de nuevo el corazón en diciembre. Y desde entonces, las sonrisas son un poco más forzadas.
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